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¿Nos tomamos un café? Además de Mozart, Sissí, las salchichas, los valses… si algo encontrarás típico en Viena son los cafés. Y es que desde 2011 la cultura del café, tan tradicional en Viena, es ya Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.
El vienés va al café para sentirse como en el salón de su casa. Se puede leer la prensa, disfrutar de una agradable conversación, comer algún bocadillo o tentempié y dependiendo de las instalaciones jugar una partida de bridge, ajedrez o billar.
La leyenda sitúa su origen en los sacos de café abandonados por los turcos tras fracasar su asedio a Viena en 1683. Pero no hay una clara información al respecto, se atribuye a un armenio llamado Johanes Diodato la apertura del primer café, aunque sigue sin estar clara la identidad del genio que decidió mezclar la amarga infusión con leche y azúcar, creando una bebida que conquistó a los vieneses. También se dice que el primer café que se abrió en Viena fue el llamado Die blaue Flasche (la botella azul) y lo hizo un polaco llamado Franz Georg Kolschitzky, que había vivido algunos años en Turquía y era un buen conocedor del mundo del café. Y cuando los turcos huyeron dejando atrás, entre otras muchas cosas, 500 sacos de café que no parecían interesar a nadie. Sólo este joven, conocedor de su verdadero valor y la utilidad de su contenido, pidió quedarse con ellos.
Hay para todos los gustos: desde los imprescindibles Cappuccino o Melange, al rotundo café turco, el café latte, el Maria Theresia (con licor de naranja), el Mozart (con trozos de almendra), el Franz Landtmann (con brandy y canela), y el Sobiesky, que se sirve con vodka y miel.
¿Qué tendrán los cafés que artistas, pensadores, filosófos, políticos, ciudadanos de a pie… todos se reúnen al lado de una taza de café y de un buen pedazo de sus famosas tartas?
Tienes más 1.083 cafés, 900 Kaffee-Restaurants y 181 Kaffe-Konditoreien, cafés que producen y venden su propia pastelería.
Algunos más lujosos, otros más austeros, con grandes columnas y ventanales, con las típicas sillas de madera de Michael Thonet, mesas de mármol blanco o bancos tapizados en terciopelo rojo, bajo enormes lámparas, o con luz algo más sombría y amarillenta, decorados con madera o grandes frescos, más modernos y ahora casi todos con WIFI, eso sí, todos impregnados del aroma de los granos tostados de café.
Entre las peculiaridades de los cafés de Viena destacan el que hasta 1856 no se permitió la entrada de clientas, por lo que la única mujer que había habido en ellos hasta entonces era la cajera.
Estamos convencidos que si no hubieran existido los cafés y la especial atmósfera que creaban no hubieran nacido muchos de los textos literarios, filosóficos ni música ni el nacimiento de ideas nuevas o estilos que contribuyeron a cambiar el mundo. Ahora te toca a ti disfrutar de un buen café.
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